jueves, 26 de mayo de 2011

Invocación Religiosa en el Te Deum - 25 de Mayo de 2011

Por
Mons. José María Arancedo - Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

Cada año la Patria nos convoca para celebrar el acontecimiento que abrió el camino hacia su Independencia. Estamos transitando este espacio histórico del Bicentenario. Nuestra mirada al pasado siempre es recuerdo agradecido, es historia vivida, con sus luces y sus sombras. Pero la vida, y en ella la vida de la Nación es, sobre todo, un presente que nos pertenece y un futuro del que somos responsables. Celebrar es actualizar una historia siempre abierta, es más, su realización se define por una mirada al futuro que nos identifique e ilusione. Celebrar es, por ello, un acto de responsabilidad creativa de una comunidad. La virtud que expresa la dinámica de toda celebración es la esperanza, que es la actitud propia del peregrino, del que está en camino hacia una meta.



En el marco de esta celebración la Invocación a Dios, fuente de toda razón y justicia, que ha acompañado el camino de la Patria desde su nacimiento y en su apertura a todos los hombres del mundo, es una ocasión siempre nueva para renovar nuestros ideales y sentido de pertenencia. En épocas recientes de crisis política e institucional hubo un clamor que se hizo oración en gran parte del pueblo argentino y que se expresó en aquellas simples y sabias palabras: “Queremos ser Nación”. En esa invocación se valoraba el significado y la importancia constitucional de la Nación, como garantía de nuestros derechos ante una situación de fragilidad institucional. El futuro era incierto, lo que se buscaba no era algo mágico sino el camino de encontrar la Nación, porque en ella se veía el ámbito seguro de respeto por los derechos y la concordia entre todos los argentinos.

En este año electoral el pueblo argentino mira con expectativa, con incertidumbre, pero también con esperanza a su clase política llamada a ejercer la noble tarea de ser artífices de esta obra superior de ser Nación. Ella, es un proyecto de comunión inclusiva, que necesita de la presencia y el aporte de todos. Nación no se identifica con gobierno. A los argentinos nos cuesta ser Nación. Hay actitudes mezquinas, sectoriales, incluso ideológicas, que potencian desigualdades y enfrentamientos estériles, y que tienen como víctima y rehén al hombre que vive y crece al margen de los beneficios que la sociedad le debe brindar. En este sentido la solidaridad, como parte de la justicia social, debe convertirse en una categoría política y no sólo un acto virtuoso del ámbito privado.

Es común hablar de crisis política, social o económica para explicar los diversos fenómenos de inseguridad, violencia, desinterés o malestar social, tal vez nos olvidamos que todas estas realidades en cuanto tienen al hombre como sujeto, reclaman la existencia de un orden ético y moral. La crisis moral crea una pseudo-cultura que adormece el mundo de los valores y nos debilita socialmente. La crisis moral es más grave que una crisis económica. La misión de la política, como parte de la ética, es iluminar con su palabra y testimonio el camino ético de ser Nación.

Valorando el noble y necesario ejercicio de la política, quiero compartir en este día las palabras que Jesucristo les dirigía a sus discípulos en el Evangelio que hemos leído. “Los reyes de las naciones, les decía, dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor” (Lc. 22, 25-26). La palabra servicio es la clave para comprender el sentido de la autoridad.

Lejos de toda postura demagógica el auténtico espíritu de servicio nos habla de diálogo sincero, de austeridad real, de obediencia a la ley y de libertad frente a la legítima ambición de poder. Estas actitudes elevan al político y preservan a la política de toda tentación corporativista. Sólo una dirigencia con capacidad de generar proyectos que respondan a las necesidades reales de la comunidad, y a las expectativas de desarrollo integral del hombre, puede mantener viva su esperanza y comprometer su protagonismo en el marco de una sociedad libre. Una libertad sin valores que la cautive termina creando un mundo sin esperanza.

Queridos amigos, desde nuestra querida ciudad Santa Fe, cuna de la Constitución Nacional, elevo junto a ustedes mi oración por la Patria, por su pueblo y autoridades, y pido al Señor que lleguemos a ser una Nación “cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común. Concédenos, para ello, la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda”. Amén.

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