Cada año Cuaresma nos invita a un tiempo de reflexión en orden a nuestro crecimiento humano y espiritual. Esto siempre requiriere de nosotros una mirada sincera sobre nuestra vida y relaciones, sea con nuestros hermanos o con Dios. Es necesaria, además, una disposición de cambio para dar respuesta a aquello que en nosotros no anda o debemos mejorar. Esta es una riqueza propia del hombre en cuanto ser espiritual dotado de libertad, y con capacidad de ordenar o jerarquizar su vida en torno a valores y opciones. No hay cambio posible que no comprometa nuestra libertad. Es cierto que la libertad muchas veces está amenazada por una pseudo-cultura que nos invade y debilita nuestra capacidad contemplativa, reflexiva y, por lo mismo, de tomar decisiones auténticamente libres. Esta situación, desgraciadamente, no siempre nos eleva, sino que nos puede hacer dóciles clientes sometidos a un pensamiento de moda.
Para el cristiano, que se dispone a ingresar a este tiempo de reflexión y de cambio propio de la Cuaresma, el ideal de vida a alcanzar es Jesucristo, su carta el Evangelio y el ámbito en el que debe vivir es este mundo, muchas veces herido pero amado por Dios. No tenemos que alejarnos del mundo sino preguntarnos, en primer lugar, cuál es nuestro ideal o proyecto de vida y cómo estamos dispuestos a vivirlo en el hoy de nuestra historia.
El cristiano en el mundo
Siempre recuerdo la carta de un autor de los primeros siglos, que fue un texto clásico para los cristianos de cómo tenían que vivir su fe, incluso en un medio adverso, y que quiero compartir con ustedes. El Concilio Vaticano II la retomó al hablar de la Iglesia en el mundo. Se trata de una carta dirigida por un cristiano a un pagano llamado Diogneto, en la que le explica cómo viven los cristianos:
“Veo, Diogneto -comienza diciendo el autor-, tu interés por conocer la religión de los cristianos y su vida; qué Dios es ese en que confían, y qué amor es ese que se tienen unos a otros. Los cristianos -le dice-, no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla, ni por sus costumbres. No habitan ciudades exclusivas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. Esta doctrina (la cristiana) no ha sido inventada por ellos gracias al talento y especulación de los hombres. Habitan sus propias patrias, se casan como todos, como todos engendran hijos, pero no exponen a los que nacen. Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas, pero con su vida sobrepasan las leyes. A todos aman aunque de todos son perseguidos”.
Caminos
Como vemos, el cristianismo no se presenta primeramente como una doctrina sino como el encuentro con una persona, Jesucristo, que es el que da un sentido nuevo a la vida y define un modo de obrar. Cuando falta esta presencia que anima un estilo de vida nueva nos podemos quedar con una estructura vacía. Lo importante es, por ello, comenzar por cambiar el corazón del hombre desde su libertad, que sólo se mueve por el encuentro con ideales que lo motiven. Luego sí, este hombre nuevo va a elevar el nivel de su vida y relaciones, y crear las condiciones de una cultura donde estén presentes y se respeten los valores de la verdad y el amor, de la justicia y la paz. Así era el camino de los primeros cristianos. Los cambios profundos comenzaban por un encuentro en el interior de cada uno de ellos, y se hacían vida y cultura en la sociedad. A esto nos invita Cuaresma.
Que esta Cuaresma nos ayude a reflexionar sobre nuestra vida y a estar dispuestos a cambiar en lo que sea necesario.
Por Mons. José María Arancedo
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